La enésima carta.
19:20
Despierto
y otro día se sucede, en una cama que juraría ver más grande cada día, en la
soledad de una casa que hace tiempo era hogar.
Busco
con la mirada algo que indique que estás aquí, que has vuelto, que todo ha
vuelto a la normalidad, pero nada ocurre y suspiro, como si de un reclamo se
tratase.
Camino
con torpeza, llego hasta la cocina y me dispongo a preparar un café en esa taza
que me habías regalado hace años, que está rota por el asa y aun así, sigo
utilizando.
Abro
levemente la puerta de la terraza, contemplo los primeros rayos de sol que se
cuelan tímidos en una ciudad donde la mayoría de gente aún duerme y no puedo
evitar pensar de nuevo en ti, en cómo hemos podido llegar a esto, en cuándo
murió lo nuestro, en qué momento dejamos de ser lo más importante para el otro
y comenzamos a separarnos silenciosamente.
Doy
un sorbo a la bebida que trata de reconfortarme, me cubro con una manta de
color beige a juego con mi pijama y me paro a contemplar a las pocas personas
que transitan la calle, un par de hombres hacen running, una pareja de adolescentes se ríen ajenos a todo, se miran
como si fuesen las únicas personas en un planeta extraño, como si fuésemos
intrusos que no entienden su amor.
Recuerdo
con nostalgia ese tiempo en que nosotros éramos así, inmunes al dolor, sumidos
en nuestra propia dicha y entre susurros y tiernas miradas reafirmábamos cada
día nuestro amor.
Dejo
la taza a un lado, cierro los ojos y pienso, ¿Qué es el amor?
Hace
cinco años me encontraba esperando aquel vuelo destino Roma que parecía no
aparecer nunca en pantalla, leía el libro ‘’París era una fiesta’’ de Ernest
Hemingway mientras alguien chocaba su carro con el mío, despegué la vista del
libro y reparé en unos ojos verdes que buscaban disculparse, mi respuesta fue
una ligera carcajada y repetir que no necesitaba disculparse, ya que todos
podemos tener un fallo. Se percató de mi libro y me confesó que Hemingway era
uno de sus escritores favoritos, se sentó a mi lado y comenzamos a hablar.
A
pesar de no ser más que dos desconocidos nos encontrábamos charlando
animadamente, compartiendo nuestras aficiones y algún que otro secreto cuando
nos fijamos en que nuestro vuelo había despegado, me ofreció tomar algo en la
cafetería del aeropuerto y por alguna extraña razón no pude negarme.
Durante
las dos horas de espera hasta que nos colocasen en otro vuelo, compartimos un
par de copas de vino blanco mientras me contaba que viajaba a Roma para
terminar sus estudios, yo le contaba que viajaba a Roma para visitar a mi hermana
la cual se había casado recientemente. A pesar de que teníamos asientos
separados, decidimos proseguir el viaje juntos y durante esas dos horas que
duró el vuelo intercambiamos sonrisas, anécdotas y nuestros números de teléfono.
Mientras
cargaba las maletas en el taxi que me llevaría desde el Aeropuerto Fiumicino
hasta Trastévere, el barrio donde vivía mi hermana, recibí un mensaje en el
teléfono móvil ‘’Perdona si soy un pesado, pero me preguntaba si te gustaría
verme un día de estos’’. Sonreí mientras le contestaba que era su día de suerte
y tenía la semana prácticamente vacía.
Nos
vimos al cabo de dos días, paseamos por la ciudad y acabamos en el Jardín de
los Naranjos donde me confesó que esto era una locura pero sentía una conexión
conmigo inédita y le gustaría estar conmigo, le conteste que sentía lo mismo y
nos besamos.
A
esto le siguió que yo me trasladase a Roma, que compartiésemos un coqueto
estudio en el centro, los paseos nocturnos, sentir que éramos el uno para el
otro, volver a España, mudarnos a Valencia, casarnos con el mar de fondo, vivir
la vida felizmente, compartirlo todo y la parte oscura, que comenzase a estar
ausente, que ya no fuese todo para él, que olvidase que yo siempre le apoyaría,
que cada vez hablásemos menos, que la casa que un día nos vio pletóricos pasase
a vernos enfadados y cabizbajos, que a pesar de todos mis esfuerzos, él ya no
me quisiera, que se fuese varios días de casa hasta que un día no volvió.
Esa
historia debería serte familiar, es la nuestra, de cómo un día creímos haberlo
tenido todo y terminamos atormentados. ¿Qué falló?, ¿Fui yo?, ¿Fuiste tú?, ¿Por
qué se acabó?, ¿Por qué no pudimos luchar un poco más?, ¿Por qué ganó el
desamor?, ¿Por qué te has ido?, y sobretodo, ¿Por qué no has vuelto y dejas un
corazón a medio funcionar?.
Yo
sólo quise amor, sólo quise que nosotros fuésemos uno, ser feliz, compartirlo
todo contigo y ahora me encuentro escribiendo esta enésima carta sabiendo que
no contestarás mientras termino un café que se he quedado congelado, como mi alma.
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